La segunda temporada de Alice in Borderland sostiene el discurso de la anterior entrega. La historia regresa al punto exacto en que culminó la anterior y la sensación general es que el tiempo no ha transcurrido. Aunque por supuesto, sí lo ha hecho: han pasado dos años desde el estreno del éxito de Netflix.
La primera gran secuencia muestra a Arisu (Yamazaki Kento), Usagi (Tao Tsuchiya), Chishiya (Nijiro Murakami) y Kuina (Aya Asahina) enfrentándose a una verdad abrumadora. La misma que se esbozó en la última imagen de la temporada anterior. El juego — el real, el más violento y con mayores recursos — no ha hecho más que empezar.

Cada trampa está preparada para ser más violenta y más dura de atravesar. Pero a la vez, para erosionar la voluntad, la mente y el espíritu combativo del jugador. De hecho, los primeros minutos del capítulo inicial dejan claro que esta es una competencia contra la muerte. La masacre a tiros con que comienza el episodio no es una demostración de las reglas, el mundo o la noción sobre lo que pasará a continuación. En realidad, es mucho más un despliegue de violencia a tal extremo y desde tantos puntos vista que resulta abrumador por su escala.
Con una Tokio desolada y un circuito de siniestros retos a cumplir, los personajes tuvieron que enfrentarse el horror. Pero también, el límite de su fortaleza y voluntad. La combinación convirtió a la serie en una de las pocas adaptaciones exitosas de Netflix. También en una exploración curiosa sobre la ya conocida premisa de la trampa mortal a gran escala.