Tomar lo que ocurre en la naturaleza como ejemplo está bien, pero solo a veces. Y aprender de esto es muy bueno, pero de nuevo, solo a veces. Es correcto aprender del vuelo de los murciélagos para construir drones, o de la estructura de algunos escarabajos para obtener pintura blanca más blanca. Pero que algunos animales opten por comer la placenta después de parir no quiere decir que los humanos también debamos hacerlo.
Sigue de moda entre algunas personas. También está de moda la impresión de placenta, que consiste en dejar secar y teñir la placenta, para luego plasmarla sobre un lienzo que sirve como recuerdo para las madres. Comerse la placenta, ya sea en píldoras, batidos o de cualquier otra forma, puede ser potencialmente peligroso.
No tiene ninguna utilidad y además puede causar infecciones tanto a las madres que la ingieren como a los bebés, si se encuentran amamantándolos.
Muchas de las personas que defienden el hecho de comer la placenta lo hacen basándose en que es algo natural, que también hacen los animales.
La placentofagia, como se llama la actividad de comer la placenta, se lleva a cabo en los animales por dos motivos. Por un lado, cuando la hembra acaba de parir tanto ella como sus crías se encuentran vulnerables al posible ataque de depredadores. La placenta en descomposición tiene un olor muy fuerte, que puede atraer esos posibles peligros, por lo que las madres optan por comérsela.
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Y por otro lado, también es posible que después de parir tengan algunas carencias nutricionales que intentan suplir comiendo la placenta. Pero los humanos no nos vemos en ninguna de esas dos tesituras. Las recién paridas pueden suplementarse con los nutrientes que necesitan y tomar todo tipo de alimentos.
En 2020, dos científicos del King’s College de Londres llevaron a cabo una investigación dirigida a analizar las causas por las que algunas personas deciden comer la placenta.
Se centraron especialmente en el estudio de los foros de crianza de Reino Unido, donde muchas madres primerizas comparten sus experiencias. Esto les permitió comprobar que la mayoría que toman esta decisión son mujeres heterosexuales, blancas, casadas y de clase media o alta.
Dicho de otro modo, mujeres privilegiadas, que para nada necesitan comer la placenta. Pero entonces, ¿por qué lo hacen? Los motivos son muy variados, aunque en este estudio encontraron que buena parte de las mujeres que lo hacen refieren haber tomado esa decisión por miedo a consecuencias posteriores. Algunas son mujeres con problemas previos de salud mental o que en embarazos anteriores tuvieron partos complicados o depresión posparto.
Esta depresión se debe, entre otros motivos, a una caída abrupta de determinadas hormonas tras el parto. Estas se encuentran aún en la placenta, por lo que creen que volver a ingerirlas puede ayudarles a prevenir la depresión. Pero no hay evidencias científicas de que sea así.
Debe quedar claro que si estas mujeres llegan a esta decisión es porque alguien les ha dicho que puede beneficiarles.
Comer la placenta puede ser muy peligroso.