El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, criticó la invasión a la intimidad de los usuarios de las plataformas de redes sociales.
“Está el otro tema, el de la invasión a la intimidad, que cómo es posible que una empresa particular va a saber todo lo que hacemos los seres humanos, nuestros gustos, lo que hacemos en público y lo que hacemos en privado, nuestras pláticas familiares, nuestras pláticas con nuestros amigos; y eso quién lo regula, quién lo controla, cuáles son las normas… dónde están los organismos defensores de derechos humanos.
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Me estaban diciendo de que si se tiene un teléfono, y entonces escuchan que nos queremos comprar un par de zapatos, aparece en la pantalla zapatos en oferta”.
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La realidad es que no ocurre tal como ejemplifica el Presidente, pero sí existe una invasión de la privacidad atribuida al uso de aparatos llamados inteligentes.
“Los buitres de datos”
“Si estás leyendo este libro, probablemente ya sabes que tus datos personales están siendo recogidos, almacenados y analizados”, comenzó Carissa Véliz en Privacy is Power (La Privacidad es PPoder), y la persona promedio que lo lee revolotea los ojos porque, claro, quién no está al tanto.
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“¿Pero tienes conciencia de hasta dónde llega la invasión de la privacidad en tu vida?”, continuó el primer capítulo, titulado “Los buitres de los datos”, para hacer dudar hasta al más versado en escándalos como el de Cambridge Analytica.
“¿Qué es lo primero que haces cuando te despiertas por la mañana? Probablemente miras el teléfono. Voilà! Ese es el primer punto de datos que pierdes en el día”, ironizó. “Al levantar el teléfono como primera actividad de la mañana, informas a un amplio grupo de entrometidos —al fabricante de tu smartphone, a todas esas apps que has instalado en tu teléfono y a tu compañía de servicios móviles, al igual que a las agencias de inteligencia si resulta que eres una persona ‘interesante’— a qué hora te levantas, dónde has dormido y con quién (si suponemos que la persona con la que compartes tu cama mantiene su teléfono cerca también)”.
Registros cotidianos
Cada vez más personas usan un smart watch, y todas ellas habrán derramado otras gotas de su privacidad aun antes de abrir los ojos, ya que el dispositivo “registra cada uno de tus movimientos en la cama, incluida, desde luego, cualquier actividad sexual”. Y muchas más, cuando se levantan y se preparan para empezar el día, recurren a aplicaciones para hacer ejercicio, controlar la higiene bucal o fijar objetivos de alimentación durante el día: más información que se comparte con el diseñador y los brokers de datos a los que se la venden.
El televisor inteligente, que identifica lo que se mira en la casa y lo informa al fabricante y a terceros (“un grupo de investigadores hallaron que un smart TV de Samsung se había conectado a más de 700 diferentes direcciones en internet luego de 15 minutos de uso”); el medidor de electricidad inteligente, que puede ser hackeado con facilidad por ladrones de casas para saber cuándo no queda nadie en la vivienda (ya que no hay mayor consumo); el asistente hogareño que graba todo lo que escucha y puede enviarlo por error (“Echo probablemente se activó por una palabra en tu conversación que sonó como ‘Alexa’ y luego pensó que decías ‘enviar el mensaje’”); el correo electrónico, que contiene rastreadores en un 40% (70% si son mensajes comerciales).
Economía de la vigilancia
Antes de siquiera llegar a la puerta de su casa y asomarse al mundo, una persona entregó una enorme cantidad de información que será usada en su contra más temprano que tarde.
“Nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía de la vigilancia”, desarrolló Véliz, profesora de ética de la inteligencia artificial en la Universidad de Oxford. “Nuestras esperanzas, nuestros temores, lo que leemos, lo que escribimos, nuestras relaciones, nuestras enfermedades, nuestros errores, nuestras compras, nuestras debilidades, nuestros rostros, nuestras voces: todo sirve de alimento para los buitres de los datos que lo recogen todo, lo analizan todo y lo venden al mejor postor”.
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¿Con qué propósito? ¿Para recomendar cuentas de Twitter o de Instagram que te puede interesar seguir? ¿Una película o una serie que se ajusta al perfil de lo que has visto en Netflix? ¿Una nueva receta?
Usos negativos
Véliz observó un poco más allá: “Para traicionar nuestros secretos ante las compañías de seguros, los empleadores y los gobiernos; para vendernos cosas que no nos conviene comprar; para enfrentarnos unos con otros en un esfuerzo por destruir la sociedad desde dentro; para desinformarnos y secuestrar nuestras democracias. La sociedad de la vigilancia ha transformado a los ciudadanos en usuarios y objetos de datos”.
La persona promedio pensará tal vez que a ella eso no la afectará, ya que cree que no tiene nada que ocultar.
Sin embargo —recordó Véliz a la BBC— “tienes mucho que ocultar y que temer, a menos de que seas un exhibicionista con deseos masoquistas de sufrir robo de identidad, discriminación, desempleo, humillación pública y totalitarismo”, entre otros posibles riesgos. “Otra cosa es que no sepas qué es lo que tienes que ocultar”.
Mira quién habla: Mark Zuckenberg
En 2010 Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook —que también posee Instagram y WhatsApp—, declaró que “la privacidad ya no es una norma social”. Durante la entrega de los premios Crunchie, en San Francisco, teorizó, aunque en el fondo sólo hablaba de su modelo de negocio: “Las personas se sienten realmente cómodas no sólo compartiendo más información y de diferente tipo, sino más abiertamente y con más gente. Aquella norma social ha evolucionado con el tiempo”.
Pocos individuos en el mundo encarnan tan visiblemente como Zuckerberg lo que sostiene el título del libro de Véliz, quien escribió: “La privacidad importa porque carecer de ella le da a otros poder sobre ti”. Facebook ha violado el derecho a la privacidad tantas veces, agregó “que un recuento exhaustivo ameritaría otro libro”.
No nos pidieron permiso
“La economía de datos, y la vigilancia generalizada de la cual se nutre, nos tomó de sorpresa”, evaluó Privacy is Power. “Las empresas tecnológicas no nos informaron a los usuarios sobre cómo usaban nuestros datos, mucho menos nos pidieron permiso. No le preguntaron a nuestros gobiernos, tampoco. No había leyes para regular el rastro de información que los ciudadanos incautos dejábamos a medida que hacíamos nuestras cosas en un mundo cada vez más digital. En el momento en que comprendimos que esto estaba sucediendo, la arquitectura de la vigilancia ya estaba en pie. Buena parte de nuestra privacidad se había perdido”.
La pandemia del coronavirus no mejoró la situación, al contrario: “La privacidad enfrenta nuevas amenazas ya que muchas actividades que antes eran físicas se trasladaron a lo virtual, y nos han solicitado que entreguemos nuestra información personal en nombre del bien común”. Comportamientos que en el mundo físico se considerarían coercitivos son moneda corriente en el mundo digital. “Es un momento para pensar con mucho cuidado en qué clase de mundo queremos vivir cuando la pandemia sea un recuerdo lejano”. Un mundo sin privacidad es peligroso, advirtió la autora. “La economía de la vigilancia no solo es mala porque crea y fortalece asimetrías de poder indeseable. También es peligrosa porque comercia con una sustancia tóxica”. Dedicó todo el cuarto capítulo a esa noción de toxicidad por la cual “los datos personales constituyen un desastre en potencia”.